Piso quinto, Sala de trato personal.
Día cuarenta
Como profesional de mi ámbito laboral, tiendo a escribir y reflexionar
sobre los casos más singulares y macabros que se me presentan. La
mayoría de ellos suelen ser mujeres. Siempre he creído que la mujer, por
regla, es infinitamente más inteligente que el hombre, por lo que su
subconsciente es infinitamente más
susceptible a las tendencias psicóticas. Y la inteligencia y la locura
no en pocos casos van cogidas de la mano. Es el caso de la paciente
número treinta y dos.
La paciente número treinta y dos me tiene
fascinado. Jamás he logrado tener conversaciones dotadas de tal
profundidad con nadie anteriormente; jamás un paciente ha logrado
conducirme a tal grado de reflexión personal sobre la realidad que me
rodea, ni siquiera yo mismo lo he logrado, a pesar de mi costumbre de
pasar las largas noches frente a mis escritos, esbozando mis
pensamientos sobre el papel.
Como profesional de la psiquiatría,
nunca había permitido que nada relativo a mis pacientes afectase en mi
mundo interior. Escribo sobre ellos, los analizo, pero jamás había
permitido que llegaran a atravesar la barrera que separa el ámbito
profesional del personal. Pero la paciente número treinta y dos es
diferente. En nuestras conversaciones siempre me expresa que necesita
encontrar un método mediante el que dar salida a sus pensamientos.
Necesita provocar una situación determinada en la que ella misma poder
dar rienda suelta a su mente y sacar las conclusiones que necesita. Su
vida gira en torno a ello; todos los días me habla de su búsqueda,
angustiada y desesperada. También me habla de que a esta supuesta
situación que necesita crear, debe contribuir la persona de la que está
enamorada.
Día cincuenta y siete
La paciente número
treinta y dos comienza a tener brillo en la mirada. Creo que nuestro
tratamiento está funcionando; los fármacos que le recetamos combinados
con mis sesiones de trato personal están dando resultado. La paciente me
habla de que está más cerca de encontrar su felicidad. Que el camino
hasta descubrir la situación propicia que tiene idealizada está más
cerca.
Día ochenta y uno
Llevo toda la noche sin parar de
darle vueltas al tema. La paciente número treinta y dos me cuenta que
está inmersa en un proyecto que requiere su total atención e intelecto.
Cuando de con la fórmula correcta, me dice, podrá finalizar su camino.
Pero ahora tiene dudas. Me cuenta que duda sobre la persona de la que
está enamorada. Por una parte tiene a su amor de toda la vida, del que
me habla continuamente y quien ocupa un lugar muy importante en su
corazón. Por otra parte, me cuenta que está empezando a sentir algo por
otro hombre.
Un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. En el ambiente, se
entremezclan los os pensamientos de una mujer y sus palabras, que
relatan sus movimientos.
“Me di cuenta de que en realidad el
concepto de amor como tal no entra dentro de mí. Nunca daría mi vida por
nadie, yo no puedo amar a nadie: ningún ser humano puede amar a nadie.
Solamente puedo amar el reflejo del amor que veo en una determinada
persona. A eso es a lo que yo le llamo querer. Me amo a mi misma, amo
mi bienestar, y jamás me lo has proporcionado...Hasta ahora.
Continuando mi tortura, introduje la aguja de veintidós centímetros en
el lado izquierdo de tu párpado, deslizándola suavemente hasta alcanzar
el otro párpado, quedando estos unidos. Intentaba, cada vez que llevaba a
cabo un paso más de mi tortura, encontrar un argumento, una reflexión
que lo acompañase. Era el método que llevaba toda la vida buscando, la
situación propicia para dejar fluir mis pensamientos. Necesitaba que la
reflexión me llevara a la conclusión, como todos los humanos necesitamos
el aire. Y he comprobado que la tortura y la reflexión van unidas
irremediablemente para mí.
Era lo que yo consideraba que me
diferenciaba del resto de personas amantes del dolor; lo mío era un acto
poético, casi teatral, con una introducción, un nudo y un desenlace, de
manera que conforme desarrollaba mis torturas, iba paralelamente
desarrollando una serie de reflexiones que enriquecían mi espíritu.
No hay por qué ser vulgar para esto. No es placer por placer solamente; tiene un trasfondo.
“Mi falta de sensibilidad no es producto de las carencias que he ido
desarrollando a lo largo de mi juventud, simplemente porque en realidad
nunca he poseído más que carencias. Debería haberle contestado esto
mismo al psiquiatra. El psiquiatra… creo que me estoy enamorando de él. O
de su reflejo. O de la visión de la vida que mi cabeza me ofrece cuando
está frente a mí. Pero ahora debo ocuparme de ti.”
La aguja
había quedado más corta de lo que pensaba, así que para solucionarlo
utilicé otras dos, atravesando ahora las comisuras de sus preciosos
labios, quedando como resultado un bonito dibujo de intersección de
agujas en su rostro. Le miré con ternura.
Por fin me había tomado
al pie de la letra la frase “si emociona pensarlo, imagínate hacerlo”.
Sí, la tortura es una deliciosa y fascinante idea que desde pequeñita me
rondaba la cabeza a todas horas. En concreto me fascina China por ello:
no son torturadores comunes y vulgares. Son poéticos y armoniosos, como
yo. La tortura china de la gota de agua me fascina: el individuo,
tumbado boca arriba, tiene que soportar que le caiga una gota de agua en
la frente cada pocos segundos, que a la larga provoca en su piel cierto
deterioro. El verdadero daño viene desde dentro de su propio cerebro:
esta repetición interrumpida de dicha acción le hace finalmente ser
víctima de un paro cardiaco.
“He necesitado años para idear
cuál serían los ingredientes de la perfecta para ti, pero ha merecido la
pena. Lo que faltaba para consumar nuestro cariño era esto. Deseaba,
quería con todas mis fuerzas arrebatarte la vida. Ibas a perderla de
todas maneras, pero sin mí jamás hubieras sido protagonista de algo tan
maravilloso. Te quería tanto que necesitaba hacerlo. Y has sido el
primero, el primero de una lista que quizás se alargue. Dentro de unos
minutos pondré en práctica la frase que tanto me gustaba: “me masturbé
mientras pensaba que te estrangulaba”.
Tras dejar atrás estos
pensamientos, me levanté y me dirigí hacia la salida de la habitación.
Necesitaba más dosis, sino, los músculos de tu cuerpo cobrarían
movimiento de nuevo.
Tortura y química eran para mí dos conceptos
inseparables. No me consideraba una experta en lo segundo, pero hacía
pocos meses que había alcanzado mi punto más alto. Había sido un largo
camino; llevaba años dándole vueltas, día y noche. Una tortura no sería
satisfactoria para mí, si mi víctima no era inmovilizada, pero a su vez
consciente. Es reacción química fue lo que me dio el cielo:
“inmovilización total de los músculos del individuo durante una duración
aproximada de treinta minutos unida a una amplificación de los sentidos
estimada en un doscientos por cien”. ¿De qué serviría mi tortura si mi
amada víctima no era doblemente consciente de mis actos?
Tras
adquirir otra dosis de este líquido de color lila intenso, volví dando
saltitos a mi habitación de torturas. Encontré su cuerpo sacudido por
espasmos repetitivos y cubierto de vómito.
“Qué detalle por tu parte, avisarme de manera tan bonita de que tu cuerpo necesita otra dosis…”
Estoy segura de que cada vez más, mis torturas serán una motivación
para mí, ayudándome a superarme a mi misma en numerosos aspectos. Me
refiero a que, por ejemplo, nunca me ha gustado ni llamado la atención
el tema de inyectar. Me encanta clavar agujas, atravesar la carne, pero
no introducirlas en una vena. Pero este acto era necesario para que mi
preciada reacción química fluyera por su sangre, recorriendo su cuerpo,
de cabeza a pies….
“Artísticamente hablando, simplemente es
una forma más de arte. Jamás pensé que podría darme tanto placer algo
físico; siempre me he sentido extraña por ello. Me maravilla jugar con
mi mente, excitarme con mis pensamientos, pero lo que la vista haya
podido proporcionarme, sexualmente hablando, jamás me ha atraído. Y
ahora, te lo juro amor, ahora me atraes más que nunca”.
Acabé
mi obra de arte de intersección de las agujas y, tras mirarle durante un
rato, mordiéndome el labio inconscientemente y jugando con mi lengua,
debatí conmigo misma el siguiente paso. Me decidí por algo tradicional,
pero que siempre me ha parecido exquisito: los cortes y el limón. Me
giré para coger el cuchillo. Puse mi mano izquierda sobre tu cabeza,
acariciándote la frente, con cuidado de no mover las agujas.
“Jamás el contacto de mi piel con la tuya ha sido tan increíble”
Comencé por la cara. Fui haciéndole cortes pequeñitos, bajando por el
cuello, siguiendo por su pecho. Pero, en un descuido, el cuchillo se me
fue e hice un corte profundo.
“Mierda… cada método de tortura tiene su justa medida y debo respetarlo. Si no, ¿en qué coño me estoy convirtiendo?”
Limpié el exceso de sangre y continué con los cortes. Al llegar a la
polla sentí que mis impulsos estaban a punto de ganarme la batalla, por
mi cabeza sólo transcurrían imágenes de la mitad de su polla cortada
dentro de mi boca mientras que me masturbaba. Pero entonces sólo
disfrutaría una vez. Yo quería tener su cadáver entero, para mi completo
deleite. No sabía cuántos días mi apetito sexual iba a demandarlo.
La aplicación del limón es bastante más delicada que hacer los cortes,
pero me estaba excitando demasiado y no podía aguantar más.
“Ahora te toca a ti disfrutar, cariño. Sé lo que te gusta mi cuerpo. Sé
que te encanta cuando te pongo el coño cerca de la cara, para que puedas
olerlo, pero sin tocarlo, ni siquiera con la punta de la lengua. Sé que
te encanta que me apriete y me estruje las tetas mientras me excito y
disfruto”
Me quité la ropa rápidamente, ya que mi cabeza solo
pensaba en lo mismo. Los cortes con limón supuraban mientras las agujas
permanecían inmóviles en su rostro. Me situé muy cerca, casi rozando con
mi coño la punta de una de ellas. Alargué mi mano y comencé a
masturbarme.
“Ahora sí puedo dejarme llevar por mis impulsos,
puedo exteriorizar todo el placer reprimido que llevo tantos años
ocultándote, amor”
Una ola de placer se extendía desde mi
clítoris hasta todas las zonas de mi cuerpo. Comencé a lamer los cortes,
sin quitarle el coño de la cara, mientras me apretaba las tetas y
gritaba. Gritaba más de lo que había gritado nunca, y esto estaba yendo
más rápido de lo que yo pensaba…
“Cuántas veces he soñado con estrangularte…”
Me corrí y, empujando con cada mano dos de las agujas de cada lado,
acabé la intersección y tu cara se reventó mientras mi cuerpo estaba en
éxtasis.
Después de veinte segundos, abrí los ojos. Es la
sensación que llevaba buscando toda la vida. Mi enferma y degenerada
cabeza llevaba indicándome el camino desde hacía ya mucho tiempo. La
reflexión me lleva a la tortura, y la tortura me lleva al placer. Pero
siempre debe contribuir a la situación propicia una persona de la que yo
esté enamorada. Y era hora de dejar de negar mi amor hacia la persona
que todas las tardes escucha mis palabras obsesivas sobre encontrar la
situación propicia para dejar fluir mis pensamientos.
Piso quinto; una mujer camina apresuradamente por el pasillo dirección a la sala de trato personal.
Es perfecto. Perfecto. No sé cómo no me había percatado antes. El
destino me lo estaba indicando. Aquí tengo todos los utensilios
necesarios para llevar a cabo las acciones que me conduzcan a la
situación propicia para dejar fluir mis pensamientos. La única pieza que
falta para completar mi puzzle es esto en lo que llevo trabajando
varios meses, que cabe en el diminuto bolsillo de mi pantalón.
- Buenas tardes, paciente número treinta y dos.
Lo miré apremiantemente sin decir palabra.
- Sabes las reglas. Te ruego que, como habitualmente, vacíes tus bolsillos y deposites el contenido encima de esta camilla.
Me di la vuelta con el pretexto de buscar en mis bolsillos. En el
bolsillo izquierdo llevaba la jeringuilla, en el bolsillo derecho, mi
precioso líquido lila intenso dentro de un botecito. Respiré hondo,
preparé la jeringuilla y, mientras me giraba hacia él, le dije:
-Doctor, estoy enamorada de usted.
Es una pasada! Me gusta mucho el tema, el caracter de la protagonista y la fluidez de la historia. No lo dejes nunca :)
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