lunes, 25 de noviembre de 2013

El traje de vieja que huele a meao

Un viernes cualquiera en Santiago de Compostela

Nos despertamos, como de costumbre, preguntándonos qué había pasado la noche anterior. El licor café y el vino barato del farlopero de la bodega nos pasaban factura desde nuestra llegada a Galicia.
- Vamos a pillar litros, a ver si se nos pasa la resaca…
Bajamos  al autoservicio del hombre al que nunca entendíamos cuando hablaba, que siempre que nos veía de pelotazo quería cobrarnos de más. Subimos al piso y nos encontramos en la cocina con Maruxa, que estaba como todos los viernes con cara de resaca y fumando cigarrillos sin parar apoyada en la mesa.
-Chicos!!! Mirade o que encontrei na miña habita!! –Nos dijo con una cara que denotaba entre risa y un poco de miedo-.
Nos enseñó una mochila que estaba muy reventada, con  restos de pañuelos sucios, tabaco, y un vestido negro de mujer vieja que olía a meado que tiraba para atrás, hecho que satisfizo nuestro afán de disfrazarnos de cualquier cosa absurda.
-¡Jajaja! ¿Pero qué coño? – Dije yo- ¿Cómo ha llegado eso a tu habitación?
- Eu qué carallo sei, se nunca me acordó de nada!
-Achooo  Yoni, ¡póntelo!
 Yoni lo cogió (“Qué peste a meao de vieja!!!”) se lo puso y salió al balcón, y como de costumbre cuando iba borracho, le sacó la polla a los vecinos,  la puntica arrugá que siempre enseñaba por encima de las mayas.
Estuvimos descojonándonos un rato mientras bebíamos cerveza, escuchando Eskorbuto  y poniendo de los nervios a los pobres vecinos, que nunca tenían cojones a decirnos nada.  Al final nos fuimos por ahí de bares y el vestido se quedó tirado dentro de la mochila por el pasillo.
A los cuantos días, un olor intenso a orín putrefacto invadía el ambiente húmedo del piso.  Yoni se rallaba con la caja de mierda del gato, limpiándola varias veces al día y desinfectando el suelo, pero no parecía tener mucho que ver.  Lo dejamos pasar y al cabo de una semana o así, ese olor fétido desapareció, y nos olvidamos del tema.  La vida seguía como de costumbre, con nuestras clases, nuestras  fructuosas visitas al contenedor, nuestras agónicas cuestas, nuestros pelotazos en la querida cocina y nuestras canciones absurdas:
- Uooooooo uoooo las monjas vemos desde la ventana!! uooooooo uoooooo no hay ninguna que no esté gordaa!!!!!! (con la melodía de “Historia triste”).
Es que es verdad, joder. Siempre las vemos trabajar en el enorme huerto que tienen desde la ventana de nuestra habitación, y todas, absolutamente todas, parecen putos toneles. El tiempo que no dedican a follar deben hincharse a comer las hijas de puta, chorreando grasa por las comisuras de la boca y cagando mierdas más grandes que el tronco de un carballo. Nos gustaba que nos miraran escandalizadas desde la ventanita de su puto convento mientras nos comíamos la polla y el coño o follábamos, nos encantaba ver su puta cara de sorprendidas mientras se persignaban una y otra vez.
Una mañana me levanté a cagar y pasaron dos cosas. La primera, cuando fui a tirar de la cadena tras la pedazo de mierda que había echado (las mañaneras son las mejores, y más sin salen después de dos o tres días de festival) no funcionaba. Me cagué en dios, me limpié y salí al balcón a por el cubo de la fregona, para echar agua y que la mierda desapareciera, cerrando la puerta detrás de mí para que no saliera la peste infernal al resto de la casa. Me di la vuelta y antes de salir me miré fijamente al espejo. Sin dejar de mirarme a los ojos, alargué la mano para abrir la puerta, pero el pomo no giraba. Me había quedado encerrada… empecé a agobiarme mogollón, soy muy claustrofóbica, y más cuando los efectos del 2ci todavía existen en mi cabeza… miré al pomo y de repente cobró vida, no podía soltarlo porque me estaba agarrando la mano y se estaba descojonando de mí. Empecé a gritar, a respirar cada vez más rápido, solo quería volver a la cama con mi chico y que se acabara este infierno, y de repente,  Maruxa abrió la puerta desde fuera.
- Tía, qué pasou?
No pude contestarle, salí corriendo hacia la habita y me refugié en los brazos de Yoni, que estaba sobadísimo y susurrando acerca del arroz que hacía su madre con los conejos que mataba su abuelo. Me quedé dormida y me desperté a las trece o catorce horas, cuando escuché un “CRAS” y salí al pasillo y vi a Xose, un colega de Maruxa que solía quedarse en el piso porque tenía que hacer cosas en la ciudad, con la cabeza partida por la mitad y el espejo reciclado que teníamos en la pared roto en mil pedazos en el suelo.
- Me cago en dios… ¿Qué ha pasao tío?
- pasei por aquí, e caeume enrriba...-dijo Xose balbuceando borrachísimo de licor café.
Esto era muy raro. El espejo estaba sujeto por la maceta que decoraba humildemente nuestro pasillo y habíamos pasado por ahí borrachísimos mil veces y jamás se había caído. Me estaba mosqueando ya con las cosas raras, más aún cuando, al salir de nuestra habita que sólo olía a  sexo, me encontré con la peste a meao que volvía a haber por el resto de la casa. Fui a la habita de Maruxa a avisarle de lo que había pasado mientras Yoni acompañaba a Xose al hospital.
- Acha esto no es normal. Qué pasa? No me quiero emparanoyar pero entre la peste a meao, el hecho de que se rompa el pomo de la puerta y la cadena al mismo tiempo, que el espejo se caiga encima del colega… Parece que hay algo que quiere atormentarnos; algo que quiere jodernos la vida y darnos miedo, pero sin hacerlo directamente, sino poco a poco para que no nos demos cuenta y creamos que son simples coincidencias o un producto de nuestra imaginación.
- Eu que sei, tia, faite un porro.

A los tres días, mientras tenía la polla de Yoni en la boca, gimiendo de placer mientras él hacía círculos en mi clítoris con sus dedos, empezamos a escuchar una especie de grito sordo, una especia de llanto que no era un perro, ni un bebé, que no sabíamos de dónde provenía. Parecía escucharse con igual intensidad por toda la casa, pero no era permanente; se escuchaba unas cuantas horas, y luego paraba. Maruxa decía que era un cachorro, pero yo no pensé que un perro pudiese hacer semejante ruido, como si lo estuvieran desgarrando. Un bebé tampoco podía ser.
- Acho es un deficiente mental – dijo Yoni-.
- Jajajaja, ¿Cómo va a ser un deficiente mental?
- Que sí joder, el sonido proviene del piso de arriba. ¿No ves que se tiraron dos semanas sin parar de dar golpes y martillazos, nos tenían hasta los cojones? Estaban construyendo la jaula en la que tienen encerrado al deficiente mental, que tiene la mano permanentemente metida en la boca y por eso el sonido que hace es un grito sordo.
Me partí el culo ante la mirada atónita de Maruxa, que no sabía si reírse o llorar, ponía una cara de susto que flipas. Nos partíamos el culo porque yo no sé qué pijo pasa en nuestro edificio, pero está lleno de chalaos, cada dos por tres subiendo o bajando las escaleras te encuentras con deficientes mentales. Dan ganas de pegarles una patá en la boca.
- Pero el sonido no proviene de arriba. Se extiende uniformemente por toda la casa. Es lo que me tiene mosqueada. Además la peste a meao es insportable ya… -Dije yo-.
- Acha no te emparanoyes, no tiene nada que ver con nosotros – dijo Yoni descojonándose-.

Una mierda que no tenía nada que ver. El puto grito sordo infernal lo hacía la propietaria del traje de vieja que olía a meao, metida dentro del cuerpo de Maruxa, que acaba de matarnos clavándonos en el corazón el cuchillo de cocina. La muy hija de puta empezó a atormentarnos a todos, puteándonos mientras nos rompía cosas de la casa, y utilizando el cuerpo de Maruxa para hacer el maldito ruido, recuerdo que después le borraba de la cabeza cambiándoselo por el recuerdo de escuchar también el ruido como algo externo.  Está temblando de placer, mientras con su dedo moja la sangre de nuestro corazón y hace un bonito mural en la pared. Ha escrito: “A venganza das monxas”.
Tanto hacerles canciones, reírnos de ellas, enseñarles las tetas y la polla, gritarles “Goooordaaa!!” por la ventana, se ha vuelto contra nosotros.
El traje de vieja que huele a meao llegó a nuestra casa hace unos meses metido dentro de una mochila que llevaba en la espalda un chico que se trajo Maruxa  una noche para follárselo, hecho del que no nos acordábamos, como de costumbre. El chico llevaba el traje en la mochila porque su madre acababa de morir y, tras enterrarla, prometió que estaría siempre a su lado, por lo que cogió el traje para tenerla siempre con él. Hacía muchos años que su madre residía en el convento de enfrente de casa; se metió a monja tras perder a su marido, ya que no veía otra solución para su triste y amargada vida. Al morir, vio que sus deseos de venganza, tras tanta humillación y degeneración por parte de los jóvenes  drogadictos que tenía que ver todos los días desde su ventana, podían ser cumplidos, cuando su alma llegó a nuestra casa en la mochila de su hijo.


martes, 5 de noviembre de 2013

Excavaciones arqueológicas y daños colaterales



“-En la segunda estantería hay cajas que contienen restos de la Unidad Estratigráfica 250. Ahí debe estar lo que buscas…
Me dirigí a ella, saqué la caja llena de mierda (cómo se nota que los arqueólogos tenemos un presupuesto de risa) y la abrí. Correspondía a los restos óseos de un  individuo hallados en una tumba de época romana, siglo II, momento en el que ya era frecuente el ritual de inhumación…
-Has tenido suerte, es un cadáver que se conserva bastante…tienes para escoger…
Ella se acercó y con esa cara de guarra acentuada por los ojos saltones que tiene eligió una tibia. Sonrió y me dijo:
-métemelo por donde prefieras. Te dejo elegir.
Así transcurrió la mañana hasta que tenía todos los agujeros del cuerpo cubiertos… el coño, el culo, la boca, los dos orificios de la nariz y las orejas. Le iba sacando un hueso u otro para meterle mi polla dura, estaba cachondo por ver tanta degeneración en un lugar amado para mí, como es un laboratorio de arqueología…. La cogí en brazos para ponerla encima de la mesa tirando todas las muestras de mandíbulas que habíamos sacado de la excavación del verano pasado y la ponía boca arriba para follarle el coño, mientras que le metía y sacaba la tibia por el culo… después boca abajo, para follármela por el culo y restregarle el hueso por el clítoris…”


Son los recuerdos de tiempos anteriores que me venían a la cabeza mientras que daba la clase de Arqueología III a los putos alumnos de tercer curso. ¿Qué nuevas generaciones son estas? La mayoría de mujeres de la clase son gordas, con el pelo grasiento, con papada, se sientan todas juntas y entre clase y clase se leen los malditos libros de arqueología que recomiendo… y lo que más me indigna es esa cara que tienen de no haber follao en su vida… No sé lo que es pero hay algo que idiotiza cada vez más a los universitarios. Miré el reloj, era la hora y salí de clase sin acabar la frase todavía con los recuerdos en la cabeza… Fui a ver si tenía su número. Lo tenía. ¿La llamo? ¿Será el mismo?
La llamé, le dije que era yo y que si quería sentir todo lo duro que pudiera meterle dentro del cuerpo. Se partió el culo y me dijo que por supuesto...
A las tres horas y media la esperaba en el laboratorio. Llamó a la puerta, la dejé pasar, y enseguida empecé a estrujarle las tetas y acariciarle el coño para ponerla cachonda. Esta vez conseguí meterle una tibia y un húmero por el coño. Chillaba de placer.
-¡¡¡Cállate me cago en dios que nos van a oír!!!
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Ahora me parto el culo recordando esas gilipolleces. Me encuentro en la clase de prácticas 2.15, con el grupo B de Arqueología III, que curiosamente son todas esas gorditas vírgenes de pelo grasiento. Bendito plan Bolonia. Nunca pensé que la gilipollez de dividir los grupos para hacer “prácticas” en clase me beneficiaría tanto. Las cajas correspondientes a las Unidades Estratigráficas 143 y 167, procedentes de la excavación de este verano, están esturreadas por el suelo, manchadas de sangre y de flujo… (a ver cómo coño limpio esto… si llego a saber que iban a sangrar tanto las desvirgo antes… aunque no sería lo mismo…) una está encima de la mesa, con la espalda apoyada y las piernas en el aire, dejando su coño lleno de michelines a la vista, mientras que otra le mete la punta del fémur. Sus tetas flácidas se mueven conforme el hueso entra y sale, y la gorda está flipando de gusto. Me está encantando verla sangrar de esa manera, ver cómo el revienta el himen con el hueso polvoriento y asqueroso de ese individuo de la caja de la Unidad Estratigráfica 143. Me encantaba la sangre pero nunca pensé que ver sangrar a esa gorda de mierda mientras me follo a la tercera de las gordas que también sangra me pondría tan cachondo.
-Y yo?
Decía la cuarta de las gordas.
-Tú mastúrbate…tócate el coño y acaríciate las tetas mientras ves disfrutar y sufrir a estas empollonas de mierda. Y ve abriéndole el culo a tu compañera con las falanges que hay encima de la mesa porque de aquí a poco le voy a penetrar con la polla llena de sangre del coño de esta guarra… Métele todas las que puedas.
Al final iba a ser bueno que tuvieran cara de no haber follado en su vida…
En ese momento entró una de las conserjes de la segunda planta porque el vedel de la primera la había mandado a comprobar los aparatos de aire acondicionado de las clases 2.15 y 2.17. Podéis imaginaros la cara de gilipollas que se le quedó. A mí no. Yo ya sabía que eso ocurriría de un momento a otro, al fin y al cabo llevaba demasiados años con la costumbre de meterle huesos de las excavaciones del verano por el cuerpo a las alumnas de cada curso… aunque no había llegado nunca a hacerlo con cuatro a la vez en horario de prácticas en la propia universidad y con la clase abierta  a las diez de la mañana. Decidieron no divulgar nada para no manchar la imagen de la Universidad (siendo como son los medios, a saber qué dirían…no se puede fiar uno de ná) pero a mí me echaron y no pude seguir ejerciendo mis labores de docente, de investigador ni de arqueólogo. Fue un silencio absoluto.
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Dos años después, yazco en el suelo, con el cuerpo totalmente inmóvil por la paliza que una de las gordas me acaba de meter con un bate de beisbol. La cabrona con la cara de empollona que tenía es una psicópata, se ha enterado de donde vivo y ha aguardado en mi jardín para esperar a que yo llegara, colarse en mi casa y meterme una paliza hasta dejarme sin poder mover un solo músculo de mi cuerpo. Han pasado ya varias horas pero todavía tengo grabada en la retina la imagen de esa loca desquiciada, con los ojos abiertos hasta los topes, los mofletes pecosos llenos de la sangre que le saltaba a la cara al darme, hinchada de la adrenalina y el placer que le producía golpearme y gritándome que cómo coño la había hecho  desvirgarse con el fémur de su tío abuelo. Maldita sea. Hace tres meses comenzó la identificación de cadáveres de la fosa común de la Guerra Civil que estuvimos excavando hace cuatro veranos, sacamos  98 cuerpos de fusilados entre diciembre de 1936 y marzo de 1944, cuando se produjo el último fusilamiento, según nos informaban los archivos… ahora se están recabando muestras de ADN a todos los descendientes que quieren identificar a sus familiares. Me cago en dios. Tuvo que ser la maldita Unidad Estratigráfica 143 la que contuviera los restos del tío abuelo de la gorda.
Ahora, en estos momentos cercanos a la muerte, solo puedo esperar a que me llegue la hora. Y es gracioso; casi estoy de acuerdo con los asquerosos fascistas del gobierno y de la oposición que tanto se opusieron a la excavación de fosas comunes.

viernes, 7 de junio de 2013

La paciente número treinta y dos (Morti-destrucción)

Piso quinto, Sala de trato personal.

Día cuarenta
Como profesional de mi ámbito laboral, tiendo a escribir y reflexionar sobre los casos más singulares y macabros que se me presentan. La mayoría de ellos suelen ser mujeres. Siempre he creído que la mujer, por regla, es infinitamente más inteligente que el hombre, por lo que su subconsciente es infinitamente más susceptible a las tendencias psicóticas. Y la inteligencia y la locura no en pocos casos van cogidas de la mano. Es el caso de la paciente número treinta y dos.
La paciente número treinta y dos me tiene fascinado. Jamás he logrado tener conversaciones dotadas de tal profundidad con nadie anteriormente; jamás un paciente ha logrado conducirme a tal grado de reflexión personal sobre la realidad que me rodea, ni siquiera yo mismo lo he logrado, a pesar de mi costumbre de pasar las largas noches frente a mis escritos, esbozando mis pensamientos sobre el papel.
Como profesional de la psiquiatría, nunca había permitido que nada relativo a mis pacientes afectase en mi mundo interior. Escribo sobre ellos, los analizo, pero jamás había permitido que llegaran a atravesar la barrera que separa el ámbito profesional del personal. Pero la paciente número treinta y dos es diferente. En nuestras conversaciones siempre me expresa que necesita encontrar un método mediante el que dar salida a sus pensamientos. Necesita provocar una situación determinada en la que ella misma poder dar rienda suelta a su mente y sacar las conclusiones que necesita. Su vida gira en torno a ello; todos los días me habla de su búsqueda, angustiada y desesperada. También me habla de que a esta supuesta situación que necesita crear, debe contribuir la persona de la que está enamorada.

Día cincuenta y siete
La paciente número treinta y dos comienza a tener brillo en la mirada. Creo que nuestro tratamiento está funcionando; los fármacos que le recetamos combinados con mis sesiones de trato personal están dando resultado. La paciente me habla de que está más cerca de encontrar su felicidad. Que el camino hasta descubrir la situación propicia que tiene idealizada está más cerca.

Día ochenta y uno
Llevo toda la noche sin parar de darle vueltas al tema. La paciente número treinta y dos me cuenta que está inmersa en un proyecto que requiere su total atención e intelecto. Cuando de con la fórmula correcta, me dice, podrá finalizar su camino. Pero ahora tiene dudas. Me cuenta que duda sobre la persona de la que está enamorada. Por una parte tiene a su amor de toda la vida, del que me habla continuamente y quien ocupa un lugar muy importante en su corazón. Por otra parte, me cuenta que está empezando a sentir algo por otro hombre.




Un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. En el ambiente, se entremezclan los os pensamientos de una mujer y sus palabras, que relatan sus movimientos.


“Me di cuenta de que en realidad el concepto de amor como tal no entra dentro de mí. Nunca daría mi vida por nadie, yo no puedo amar a nadie: ningún ser humano puede amar a nadie. Solamente puedo amar el reflejo del amor que veo en una determinada persona. A eso es a lo que yo le llamo querer. Me amo a mi misma, amo mi bienestar, y jamás me lo has proporcionado...Hasta ahora.

Continuando mi tortura, introduje la aguja de veintidós centímetros en el lado izquierdo de tu párpado, deslizándola suavemente hasta alcanzar el otro párpado, quedando estos unidos. Intentaba, cada vez que llevaba a cabo un paso más de mi tortura, encontrar un argumento, una reflexión que lo acompañase. Era el método que llevaba toda la vida buscando, la situación propicia para dejar fluir mis pensamientos. Necesitaba que la reflexión me llevara a la conclusión, como todos los humanos necesitamos el aire. Y he comprobado que la tortura y la reflexión van unidas irremediablemente para mí.
Era lo que yo consideraba que me diferenciaba del resto de personas amantes del dolor; lo mío era un acto poético, casi teatral, con una introducción, un nudo y un desenlace, de manera que conforme desarrollaba mis torturas, iba paralelamente desarrollando una serie de reflexiones que enriquecían mi espíritu.
No hay por qué ser vulgar para esto. No es placer por placer solamente; tiene un trasfondo.

“Mi falta de sensibilidad no es producto de las carencias que he ido desarrollando a lo largo de mi juventud, simplemente porque en realidad nunca he poseído más que carencias. Debería haberle contestado esto mismo al psiquiatra. El psiquiatra… creo que me estoy enamorando de él. O de su reflejo. O de la visión de la vida que mi cabeza me ofrece cuando está frente a mí. Pero ahora debo ocuparme de ti.”

La aguja había quedado más corta de lo que pensaba, así que para solucionarlo utilicé otras dos, atravesando ahora las comisuras de sus preciosos labios, quedando como resultado un bonito dibujo de intersección de agujas en su rostro. Le miré con ternura.
Por fin me había tomado al pie de la letra la frase “si emociona pensarlo, imagínate hacerlo”. Sí, la tortura es una deliciosa y fascinante idea que desde pequeñita me rondaba la cabeza a todas horas. En concreto me fascina China por ello: no son torturadores comunes y vulgares. Son poéticos y armoniosos, como yo. La tortura china de la gota de agua me fascina: el individuo, tumbado boca arriba, tiene que soportar que le caiga una gota de agua en la frente cada pocos segundos, que a la larga provoca en su piel cierto deterioro. El verdadero daño viene desde dentro de su propio cerebro: esta repetición interrumpida de dicha acción le hace finalmente ser víctima de un paro cardiaco.

“He necesitado años para idear cuál serían los ingredientes de la perfecta para ti, pero ha merecido la pena. Lo que faltaba para consumar nuestro cariño era esto. Deseaba, quería con todas mis fuerzas arrebatarte la vida. Ibas a perderla de todas maneras, pero sin mí jamás hubieras sido protagonista de algo tan maravilloso. Te quería tanto que necesitaba hacerlo. Y has sido el primero, el primero de una lista que quizás se alargue. Dentro de unos minutos pondré en práctica la frase que tanto me gustaba: “me masturbé mientras pensaba que te estrangulaba”.

Tras dejar atrás estos pensamientos, me levanté y me dirigí hacia la salida de la habitación. Necesitaba más dosis, sino, los músculos de tu cuerpo cobrarían movimiento de nuevo.
Tortura y química eran para mí dos conceptos inseparables. No me consideraba una experta en lo segundo, pero hacía pocos meses que había alcanzado mi punto más alto. Había sido un largo camino; llevaba años dándole vueltas, día y noche. Una tortura no sería satisfactoria para mí, si mi víctima no era inmovilizada, pero a su vez consciente. Es reacción química fue lo que me dio el cielo: “inmovilización total de los músculos del individuo durante una duración aproximada de treinta minutos unida a una amplificación de los sentidos estimada en un doscientos por cien”. ¿De qué serviría mi tortura si mi amada víctima no era doblemente consciente de mis actos?
Tras adquirir otra dosis de este líquido de color lila intenso, volví dando saltitos a mi habitación de torturas. Encontré su cuerpo sacudido por espasmos repetitivos y cubierto de vómito.

“Qué detalle por tu parte, avisarme de manera tan bonita de que tu cuerpo necesita otra dosis…”

Estoy segura de que cada vez más, mis torturas serán una motivación para mí, ayudándome a superarme a mi misma en numerosos aspectos. Me refiero a que, por ejemplo, nunca me ha gustado ni llamado la atención el tema de inyectar. Me encanta clavar agujas, atravesar la carne, pero no introducirlas en una vena. Pero este acto era necesario para que mi preciada reacción química fluyera por su sangre, recorriendo su cuerpo, de cabeza a pies….

“Artísticamente hablando, simplemente es una forma más de arte. Jamás pensé que podría darme tanto placer algo físico; siempre me he sentido extraña por ello. Me maravilla jugar con mi mente, excitarme con mis pensamientos, pero lo que la vista haya podido proporcionarme, sexualmente hablando, jamás me ha atraído. Y ahora, te lo juro amor, ahora me atraes más que nunca”.

Acabé mi obra de arte de intersección de las agujas y, tras mirarle durante un rato, mordiéndome el labio inconscientemente y jugando con mi lengua, debatí conmigo misma el siguiente paso. Me decidí por algo tradicional, pero que siempre me ha parecido exquisito: los cortes y el limón. Me giré para coger el cuchillo. Puse mi mano izquierda sobre tu cabeza, acariciándote la frente, con cuidado de no mover las agujas.

“Jamás el contacto de mi piel con la tuya ha sido tan increíble”

Comencé por la cara. Fui haciéndole cortes pequeñitos, bajando por el cuello, siguiendo por su pecho. Pero, en un descuido, el cuchillo se me fue e hice un corte profundo.

“Mierda… cada método de tortura tiene su justa medida y debo respetarlo. Si no, ¿en qué coño me estoy convirtiendo?”

Limpié el exceso de sangre y continué con los cortes. Al llegar a la polla sentí que mis impulsos estaban a punto de ganarme la batalla, por mi cabeza sólo transcurrían imágenes de la mitad de su polla cortada dentro de mi boca mientras que me masturbaba. Pero entonces sólo disfrutaría una vez. Yo quería tener su cadáver entero, para mi completo deleite. No sabía cuántos días mi apetito sexual iba a demandarlo.
La aplicación del limón es bastante más delicada que hacer los cortes, pero me estaba excitando demasiado y no podía aguantar más.

“Ahora te toca a ti disfrutar, cariño. Sé lo que te gusta mi cuerpo. Sé que te encanta cuando te pongo el coño cerca de la cara, para que puedas olerlo, pero sin tocarlo, ni siquiera con la punta de la lengua. Sé que te encanta que me apriete y me estruje las tetas mientras me excito y disfruto”

Me quité la ropa rápidamente, ya que mi cabeza solo pensaba en lo mismo. Los cortes con limón supuraban mientras las agujas permanecían inmóviles en su rostro. Me situé muy cerca, casi rozando con mi coño la punta de una de ellas. Alargué mi mano y comencé a masturbarme.

“Ahora sí puedo dejarme llevar por mis impulsos, puedo exteriorizar todo el placer reprimido que llevo tantos años ocultándote, amor”

Una ola de placer se extendía desde mi clítoris hasta todas las zonas de mi cuerpo. Comencé a lamer los cortes, sin quitarle el coño de la cara, mientras me apretaba las tetas y gritaba. Gritaba más de lo que había gritado nunca, y esto estaba yendo más rápido de lo que yo pensaba…

“Cuántas veces he soñado con estrangularte…”

Me corrí y, empujando con cada mano dos de las agujas de cada lado, acabé la intersección y tu cara se reventó mientras mi cuerpo estaba en éxtasis.

Después de veinte segundos, abrí los ojos. Es la sensación que llevaba buscando toda la vida. Mi enferma y degenerada cabeza llevaba indicándome el camino desde hacía ya mucho tiempo. La reflexión me lleva a la tortura, y la tortura me lleva al placer. Pero siempre debe contribuir a la situación propicia una persona de la que yo esté enamorada. Y era hora de dejar de negar mi amor hacia la persona que todas las tardes escucha mis palabras obsesivas sobre encontrar la situación propicia para dejar fluir mis pensamientos.





Piso quinto; una mujer camina apresuradamente por el pasillo dirección a la sala de trato personal.

Es perfecto. Perfecto. No sé cómo no me había percatado antes. El destino me lo estaba indicando. Aquí tengo todos los utensilios necesarios para llevar a cabo las acciones que me conduzcan a la situación propicia para dejar fluir mis pensamientos. La única pieza que falta para completar mi puzzle es esto en lo que llevo trabajando varios meses, que cabe en el diminuto bolsillo de mi pantalón.

- Buenas tardes, paciente número treinta y dos.

Lo miré apremiantemente sin decir palabra.

- Sabes las reglas. Te ruego que, como habitualmente, vacíes tus bolsillos y deposites el contenido encima de esta camilla.

Me di la vuelta con el pretexto de buscar en mis bolsillos. En el bolsillo izquierdo llevaba la jeringuilla, en el bolsillo derecho, mi precioso líquido lila intenso dentro de un botecito. Respiré hondo, preparé la jeringuilla y, mientras me giraba hacia él, le dije:

-Doctor, estoy enamorada de usted.

Vida y Muerte (Vidal-dosis y Morti-destrucción)

No hay vida sin muerte ni muerte sin vida”.




  Recuerdo todavía con gran añoro, a pesar de la agónica experiencia, aquellos días que pasamos juntos siendo vivos murientes.

  La sobredosis, el intento de suicidio y el desafortunado encuentro de dos vehículos en marcha fueron el lazo de unión entre nosotros, los que habíamos estado vivos y muertos al mismo tiempo, lazo de unión que nos llevó a encontrarnos en la misma sala de hospital. Ésta fue un punto de partida que dio comienzo a la unión de nuestras almas, sabiendo que nuestro destino estaba ya marcado. Que los tres estábamos rozados por el beso de la muerte.

  Los médicos, viendo lo excepcional de nuestro caso, decidieron aislarnos, donde estábamos en constante vigilancia durante las veinticuatro horas, administrándonos una medicación particular. 
 
  Dentro de nuestro coma individual fuimos poco a poco desarrollando síntomas; cuanto menos, perturbadores. Los médicos observaban aterrorizados cómo nuestras constantes vitales subían y bajaban al mismo ritmo. Nuestro caso era extremadamente extraño, pero ningún tratamiento parecía hacer efecto en nosotros, llevando a los sanitarios a situaciones extremas, administrándonos una gran cantidad de sedantes.

  Mientras, en el mundo irracional o irreal, vivíamos una lenta y agónica aventura sin regreso que marcaría nuestro destino. A partir de ese momento, toda nuestra percepción de la vida comenzó a perder el sentido. Comenzábamos a ser conscientes de que nuestro viaje era un ascenso a lo infinito, donde el cuerpo y la mente se separaban, donde nuestro yo interior tenía más fuerza; nos aislamos del mundo exterior, rompiendo con toda norma de convivencia de esta sociedad: todos los valores sociales que habíamos aceptado hasta este momento, ahora nos parecían estar por debajo de todas nuestras aspiraciones. Como si de un nuevo renacer se tratara, nos sentíamos salvajes y destructores.

  Ese estado de conciencia nos había hecho comprender que estábamos oprimidos cual seres racionales, como títeres sin cuerda. Y en ese estado de letargo, abrimos los ojos y fuimos conscientes del potencial como individuo que llegamos a sentir en nuestro cuerpo. Cada célula, cada nervio y cada músculo, era percibido por nuestra mente como arma de destrucción de todos los responsables de nuestra opresión previa. Nuestro cuerpo, como una cárcel, poco a poco se iba liberando, sin tapujos, sin cadenas, sin nada que nos atara a la cama.

  Los primeros días de letargo y medicación, nuestra percepción individual se encontraba confusa; no podíamos distinguir aún dónde nos encontrábamos, ni siquiera si habíamos dejado de vivir. Pero conforme fue pasando el tiempo y fuimos experimentando sensaciones conseguimos al menos detectar cuándo una presencia se encontraba en nuestra sala. Las enfermeras solían estar muy pendientes de nosotros debido a lo particular de nuestro caso; lógicamente no podíamos verlas, pero si al cabo de los días comenzamos a sentir cuándo estaban a nuestro lado. Era extraño, pero la multiplicación de sentidos a la que nos sometimos en nuestro estado de vivos murientes nos permitía tener percepción de ciertas cosas, aún sin poder verlas o tener certeza de ellas. Tras sentir que abandonaban la habitación, nuestro cuerpo se hundía en la cama en caída libre como si de un precipicio se tratara y nuestra mente, en sentido contrario, ascendía hacia la realidad paralela, que se nos hacía extraña y aterradoramente familiar.

  Después de experimentar durante un tiempo por separado todas las sensaciones que he descrito, sentimos simultáneamente al llegar a la realidad paralela que no estábamos solos. No sabíamos dónde, pero cada uno sentíamos la presencia de los otros dos, y sabíamos que la revelación que habíamos tenido por separado, también la estaban experimentando las otras dos almas. Poco a poco dentro de la confusión, las sensaciones y el ansia de destrucción nos llevaron a encontrar un claro entre la niebla. Cada uno fuimos sintiéndolo con más fuerza, incluso oyendo pensamientos lejanos. Por instinto, nos acercamos todos a esa claridad. Por primera vez, yo agradecí que mi cuerpo no soportara la ingestión de drogas, al igual que ellos agradecieron el fracaso de suicidio y el cruce de aquel vehículo, respectivamente.

  Al encontrarnos, un silencio esperanzador invadió nuestro ser. Una paz casi diabólica hizo que nuestras mentes se unieran, aún sin hablar, porque los tres sabíamos que nuestra experiencia particular había transcurrido de manera exacta en las otras dos mentes. 
 
  La sensación de ahogo y soledad que habíamos sentido por separado, al notar cada célula, cada nervio y cada músculo como arma de destrucción, tomó cuerpo al ser compartida. Teníamos claro que no queríamos volver a esa insignificante existencia. 
 
  Poco a poco, fuimos elaborando un plan de no retorno a la realidad.

  Un noche de lluvia y tormenta, después de habernos subido la dosis e inyectado la medicación, se sucedieron una serie de fallos de luz que provocaban que las máquinas a las que nuestros cuerpos se encontraban conectados, que suministraban la medicación y sedantes, dejaran de funcionar temporalmente. Yo, debido a mi inmunidad a “sustancias químicas”, desperté de ese letargo. Mi cama estaba empapada de sudor. Miré a mi alrededor. Todo estaba muy oscuro, pero las luces de emergencia iluminaban lo suficiente como para poder ver a dos cuerpos en la misma habitación donde yo me encontraba.

  Los observé detenidamente y me percaté de que se trataba de ellos, las presencias que había sentido durante el letargo y que me habían hecho comprender que mis ansias de destrucción no iban a ser en vano.

  Sin pensármelo dos veces me incorporé y me arranqué los goteros y sondas que estaban enganchados a mi cuerpo. Me levanté y, decidido, fui hacia ellos, desconectando todas las máquinas que les unían a esta insignificante vida. Y, mientras que ellos efectuaban su viaje a la paz eterna, yo volví a mi cama y observé que al lado de ella, en la mesilla, había una jeringuilla de grandes proporciones. Debía darme prisa; la agarré con fuerza, tiré de su extremo y llené su interior de aire, ese aire asqueroso con olor a desinfectante que impregnaba el hospital. Con postura sádica y retorciéndome de placer, imaginando lo que iba a sucederse tras estos momentos, acerqué la jeringuilla a mi yugular.

  En ese momento, una enfermera entró a la habitación, intentando arrebatarme la jeringuilla. Yo, con todas mis fuerzas, la tiré al suelo, la agarré del cuello con mis dos manos y la estrangulé. Veía en sus ojos el reflejo de mi sádica mirada. Cuando dejó de molestar y patalear, volví a coger la jeringuilla y me la clavé en la yugular. Apreté e introduje todo su aire en mi cuello. La saqué y vi cómo de él un chorro de sangre salía a borbotones con cada latido de mi corazón. Agarré la mano de la enfermera y, de un bocado, le arranqué un dedo. Lo acerqué a mi cuello, bañándolo de sangre. Y fue cuando llegué a la conclusión. Una frase resumiría toda la revelación a las que las tres almas habíamos llegado. Ahora sabíamos que no queríamos seguir en esta asquerosa y vacía vida, pero esta conclusión se la debíamos precisa y paradójicamente, a la vida. Me acerqué a la pared y con el dedo de la enfermera escribí:

  “No hay vida sin muerte ni muerte sin vida”.
 
  Mientras reía a carcajadas, me quedé fijamente mirando a la ventana. Era una noche preciosa. El granizo caía con fuerza reventando los coches del parking. Poco a poco, mi visión se fue apagando, hasta que, desplomado, sentí cómo mi cuerpo caía al suelo. 
 
  Sentí cómo descendía en caída libre, con la diferencia de que esta vez mi mente no ascendió a la realidad paralela de antes, sino que descendió hacia la paz eterna. Cuando llegué, allí estaban ellos, y sus primeras palabras fueron: GRACIAS.

Rayas de cucaracha (Vidal-dosis y Morti-destrucción)

Relato verídico en un lugar de Murcia de cuyo nombre no quisiera acordarme....
 ELLA: 
 Impaciencia es la palabra que consigue describir a la perfección el ambiente cargado, oscuro y caluroso que se respiraba en aquel bar. Todo empezó la noche de un viernes de verano, cuando el ambiente del bar estaba en todo lo alto, contando con quince o veinte clientes, más de la mitad de ellos típicos farloperos con el codo apoyado en la barra y cuando te acercabas te contaban toda su vida. Las rayas volaban: no había cliente que no se levantara a hacerle una visita a la tapa del váter cada cinco minutos: nadie tenía paciencia para esperar a que el dueño chapara la puerta para poder meterse las rayas tranquilamente encima de la barra. Pero el bar tenía una peculiaridad, y el dueño lo avisaba: los baños no se solían limpiar. Eso significaba que con el calor que tenemos que soportar en la maldita región de Murcia, los insectos proliferaban y estaban en el paraíso. Pero sólo había que echar un ojo a la clientela para percatarse de que esto les importaba más bien poco.
  Y allí estábamos nosotros, que aunque no tenemos el perfil de farlopero que abundaba en aquel antro, también nos gusta el rocknroll. Después de bebernos seis o siete litros la cosa se iba animando, hacíamos nuestros típicos pasos de baile de cuando vamos de pelotazo, yo contaba los chistes que cuento siempre y que la peña está ya saturá de escuchar, pero siempre se ríen… y entonces Él me dijo de irnos a meternos una raya. Y a lo mejor, dos o tres horas antes, cuando entramos por la puerta y percibimos el ambiente, le hubiera dicho que no, porque yo también sabía que la suciedad y la mugre campaban a sus anchas por aquellos aseos. Pero todos sabemos lo que pasa; cuando llevas en las venas una cantidad suficiente de alcohol, el mundo es tuyo y todo se te queda pequeño y te importa más bien poco. Le dije que si, y después de darme un beso me abrió la puerta del aseo y me hizo un gesto para que entrara. Encendí la luz, di un paso y me quedé frente al espejo, pisando sobre una losa rota. Me miré con detalle, como muchas veces cuando voy borracha, y observé el maquillaje corrido de mis ojos. Él vino por detrás, puso sus dientes en mi cuello y apretó hasta hacerme gritar de dolor. 
  -¿Te vas a hacer las rayas o no? – Hijo de puta, ésta te la devuelvo…
  Me giré, lo cogí del cuello a la altura de la nuez y empecé a apretarle mientras le desabrochaba los pantalones. Él se inclinó hacia atrás sobre la asquerosa pared y dejó que yo le comiera la polla un rato, hasta que pegó un salto: 
  - ¡Me cago en mi puta vida que iba a correrme ya!
  Un montón de cucarachas rojizas y enormes se deslizaban por su pierna, moviendo las patas y yendo en todas direcciones. Entonces él sacudió la pierna hasta que todas cayeron al suelo y empezó a pisarlas con rabia, hasta matarlas.
  - Hijas de puta que me han cortao to el rollo… vamos a meternos las rayas y nos largamos… Me incliné sobre la tapa del váter, volqué la bolsita y empecé a hacerme las rayas (bendita tarjeta de la seguridad social, no falla) encima de la misma. La verdad es que mi capacidad de hacerme rayas es inversamente proporcional a los litros que me haya bebido, pero después de un ratico lo conseguí. Saqué un rulo, solté todo el aire que tenía en los pulmones y me metí una de las rayas, sintiendo cómo el spiz entraba por el rulo y atravesaba mis fosas nasales. Me levanté, y mientras le pasaba el rulo a Él, que se inclinaba sobre la tapa del váter, de espaldas a mí, yo di un paso hacia atrás y entonces me encontraba frente al espejo, en la misma losa rota del suelo que después de entrar por la puerta. Volví a mirar mi rostro en el espejo y mientras fijaba mi vista en las marcas de mi cuello, de los dientes de Él, morados, una gota de sangre se deslizó por mi nariz, mi labio, mi barbilla… a la que siguió otra, y otra. Me asusté, pero mi cuerpo se quedó paralizado y no fui capaz de decir una palabra. Él estaba de espaldas a mí y no se percató, pero cuando terminó de meterse la raya y se levantó, se giró hacia mí, y entonces vi más gotas de sangre caer de su nariz. 
  - ¿Esto que mierda es?
  - Tendría grumos de más, no tendrá importancia, vamos a limpiarnos y salimos ya de este sitio… 
  Salimos y nos reunimos con el resto de la peña, que seguía bebiendo litros y bailando. Éramos nueve o diez personas, pero solamente fuimos nosotros los que nos metimos una raya allí, y solamente nosotros fuimos los que sufrimos las consecuencias. 
  No sé decir con exactitud cuánto tiempo ha pasado exactamente desde aquella raya hasta lo que voy a contar ahora, porque ha sido un tiempo un poco confuso, y mi mente no está muy clara. Pero una noche, después de pegarnos to la fiesta, Él y yo llegamos a su cama. Empezamos a besarnos como locos y a tocarnos por todo el cuerpo, cuando de repente él me cogió, me quitó el tanga de un bocao y me dio la vuelta. Agarrándome del culo muy fuerte, me puso a cuatro patas y me metió la polla por el coño. Yo empecé a gritar y él también; hacía tiempo que no estábamos tan excitados follando. Él me agarraba y me arañaba, mientras yo me retorcía de placer y me recostaba contra la cama cada vez más. Estaba a punto de correrme cuando de repente Él empezó a gritar, pero no de la misma manera en que lo había hecho hasta ahora. Se llevó la mano a la nariz y apretó los ojos muy fuerte, como si no se pudiera estar creyendo lo que estaba notando con los dedos. 
  Él:
  Con la punta de los dedos logré atraparlo y tirar hacia fuera…
  Era una pequeña cucaracha viscosa y asquerosa. Sin darle mucha importancia me la introduje en la boca y me la comí; estaba crujiente pero sabrosa. Seguí follando como si nada, pero empecé a darme cuenta de que poco a poco mi visión se iba entorpeciendo, se iba nublando y apagando… incluso notaba que empezaba a marearme y a tener un profundo dolor en un ojo. 
  No le di más importancia y seguí follando, hasta que saque la polla de su coño y me corrí encima de sus tetas, cuando de repente Ella gritó: 
  -¡¡¡¡AAAAAAAAA!!!!
  Abrí los ojos y vi que de mi polla, a parte de chorrear semen también caían dos o tres cucarachas pequeñas, Ella, muy asustada, se levantó de un salto de la cama y se llevó la mano a su coño húmedo y viscoso, introdujo sus dedos y salio otra cucaracha…
  - Ostia esto no es normal, ¿qué coño pasa?
  Pasamos del tema y nos pusimos a dormir, pero esa noche apenas pegaba ojo. Me dolía toda la cabeza como si me estuvieran estrujando el cerebro y a Ella le pasaba lo mismo. Los dos notábamos que algo se movía dentro de nuestro cuerpo. El dolor fue en aumento y a los cinco minutos un pinchazo en el interior de mi ojo me hizo levantarme de un salto: salí corriendo al baño, encendí la luz, abrí el grifo del lavabo y me miré en el espejo. Abrí los parpados con todas mis fuerzas ya que notaba que algo me estaba reventando y vi que, por dentro de mi ojo, en el interior, una cucaracha se estaba comiendo mi iris. Me tocaba con fuerza pero la muy hija de puta seguía comiéndome todo el iris, mi pupila ya no existía, no me quedaba cornea y todo el interior de mi globo ocular se estaba empezando a desinflar... 
  El dolor era insoportable y yo no paraba de gritar, así que sin pensármelo dos veces agarré el cepillo de dientes eléctrico con todas mis fuerzas y me saqué el maldito ojo. Con una ira desmesurada, aplasté mi ojo y esa maldita cucaracha, saltando todo el líquido ocular al espejo. No paraba de chorrear sangre y lo manché todo. El problema ahora, es que el nervio óptico (cablecito que sujeta y comunica el ojo con nuestro cerebro) estaba colgando del ojo aplastado. Fui corriendo a mirar en el botiquín que tenia en casa y con el bisturí corte el nervio óptico. Me limpié y desinfecté con gasas y agua oxigenada. 
  Menos mal que en mis tiempos de boy-scout hice un curso de primeros auxilios y me hice un vendaje perfecto por toda la cabeza, y salí del baño deseando de decirle a Ella todo lo ocurrido... 
  -Joder ¡¡va a flipar!! y yo con el coche en el taller…tendremos que llamar a una ambulancia...
  Abrí el pomo de la puerta muy lentamente para darle un susto y reírme un poco. Cuando entré en la habitación, la miré… y Ella no reaccionaba. Estaba encima de la cama sin moverse, con los ojos y la boca abierta; le grité pero no me contestó. Me apresuré para ver qué le pasaba y miré sus ojos abiertos. Tenía lo mismo que yo: dos cucarachas comiendo en el interior de sus ojos. De los oídos no paraban de salir cucarachas también, el ombligo estaba abierto y dos cucarachas salían de él, el coño lo tenía infectado de esos malditos insectos y un líquido viscoso parecido al pus manaba sin parar… 
  El olor que desprendía su cuerpo era fétido y nauseabundo, era insoportable…se la estaban comiendo por dentro, la estaban devorando esas malditas hijas de puta…sabía que estaba muerta, pero la estaban profanando, consumiendo, degustando; rápidamente agarré mi bota y empecé a golpear su cuerpo y a aplastar cucarachas, pero cada vez salían más y más… salí corriendo a pedir ayuda, aún sabiendo que ya era tarde y que Ella no volvería; pero al salir del pasillo no recordé que había dejado el lavabo abierto: estaba todo lleno de agua. Me resbalé y al caer me rompí el cuello. 
  Ahí estaba, tirado en el suelo sin poder moverme, tetrapléjico, sintiendo cómo las cucarachas salían por mis oídos, nariz y boca, viendo cómo pasaban por encima de mí y recorrían toda la casa… no podía moverme, no podía gritar, sólo esperar a que la muerte lentamente se acercara a mí y me llevara con Ella. 
  Poco después me vino una imagen. Recordé el baño de ese antro, recordé las cucarachas que habían siempre en ese bar mugriento y apestoso… 
  Estaba claro, nos hicimos la raya en la tapa del váter. No era sólo spiz. La tapa del váter estaba llena de huevos de cucaracha…