Un viernes cualquiera
en Santiago de Compostela
Nos despertamos, como de costumbre, preguntándonos qué había
pasado la noche anterior. El licor café y el vino barato del farlopero de la
bodega nos pasaban factura desde nuestra llegada a Galicia.
- Vamos a pillar litros, a ver si se nos pasa la resaca…
Bajamos al
autoservicio del hombre al que nunca entendíamos cuando hablaba, que siempre
que nos veía de pelotazo quería cobrarnos de más. Subimos al piso y nos
encontramos en la cocina con Maruxa, que estaba como todos los viernes con cara
de resaca y fumando cigarrillos sin parar apoyada en la mesa.
-Chicos!!! Mirade o que encontrei na miña habita!! –Nos
dijo con una cara que denotaba entre risa y un poco de miedo-.
Nos enseñó una mochila que estaba muy reventada, con restos de pañuelos sucios, tabaco, y un
vestido negro de mujer vieja que olía a meado que tiraba para atrás, hecho que
satisfizo nuestro afán de disfrazarnos de cualquier cosa absurda.
-¡Jajaja! ¿Pero qué coño? – Dije yo- ¿Cómo ha llegado eso a
tu habitación?
- Eu qué carallo sei, se nunca me acordó de nada!
-Achooo Yoni,
¡póntelo!
Yoni lo cogió (“Qué
peste a meao de vieja!!!”) se lo puso y salió al balcón, y como de costumbre
cuando iba borracho, le sacó la polla a los vecinos, la puntica arrugá que siempre enseñaba por
encima de las mayas.
Estuvimos descojonándonos un rato mientras bebíamos cerveza,
escuchando Eskorbuto y poniendo de los
nervios a los pobres vecinos, que nunca tenían cojones a decirnos nada. Al final nos fuimos por ahí de bares y el
vestido se quedó tirado dentro de la mochila por el pasillo.
A los cuantos días, un olor intenso a orín putrefacto
invadía el ambiente húmedo del piso.
Yoni se rallaba con la caja de mierda del gato, limpiándola varias veces
al día y desinfectando el suelo, pero no parecía tener mucho que ver. Lo dejamos pasar y al cabo de una semana o así,
ese olor fétido desapareció, y nos olvidamos del tema. La vida seguía como de costumbre, con nuestras
clases, nuestras fructuosas visitas al
contenedor, nuestras agónicas cuestas, nuestros pelotazos en la querida cocina
y nuestras canciones absurdas:
- Uooooooo uoooo las monjas vemos desde la ventana!! uooooooo
uoooooo no hay ninguna que no esté gordaa!!!!!! (con la melodía de “Historia
triste”).
Es que es verdad, joder. Siempre las vemos trabajar en el
enorme huerto que tienen desde la ventana de nuestra habitación, y todas,
absolutamente todas, parecen putos toneles. El tiempo que no dedican a follar
deben hincharse a comer las hijas de puta, chorreando grasa por las comisuras
de la boca y cagando mierdas más grandes que el tronco de un carballo. Nos
gustaba que nos miraran escandalizadas desde la ventanita de su puto convento
mientras nos comíamos la polla y el coño o follábamos, nos encantaba ver su
puta cara de sorprendidas mientras se persignaban una y otra vez.
Una mañana me levanté a cagar y pasaron dos cosas. La
primera, cuando fui a tirar de la cadena tras la pedazo de mierda que había
echado (las mañaneras son las mejores, y más sin salen después de dos o tres
días de festival) no funcionaba. Me cagué en dios, me limpié y salí al balcón a
por el cubo de la fregona, para echar agua y que la mierda desapareciera,
cerrando la puerta detrás de mí para que no saliera la peste infernal al resto
de la casa. Me di la vuelta y antes de salir me miré fijamente al espejo. Sin
dejar de mirarme a los ojos, alargué la mano para abrir la puerta, pero el pomo
no giraba. Me había quedado encerrada… empecé a agobiarme mogollón, soy muy
claustrofóbica, y más cuando los efectos del 2ci todavía existen en mi cabeza…
miré al pomo y de repente cobró vida, no podía soltarlo porque me estaba
agarrando la mano y se estaba descojonando de mí. Empecé a gritar, a respirar
cada vez más rápido, solo quería volver a la cama con mi chico y que se acabara
este infierno, y de repente, Maruxa
abrió la puerta desde fuera.
- Tía, qué pasou?
No pude contestarle, salí corriendo hacia la habita y me
refugié en los brazos de Yoni, que estaba sobadísimo y susurrando acerca del
arroz que hacía su madre con los conejos que mataba su abuelo. Me quedé dormida
y me desperté a las trece o catorce horas, cuando escuché un “CRAS” y salí al
pasillo y vi a Xose, un colega de Maruxa que solía quedarse en el piso porque
tenía que hacer cosas en la ciudad, con la cabeza partida por la mitad y el
espejo reciclado que teníamos en la pared roto en mil pedazos en el suelo.
- Me cago en dios… ¿Qué ha pasao tío?
- pasei por aquí, e caeume enrriba...-dijo Xose
balbuceando borrachísimo de licor café.
Esto era muy raro. El espejo estaba sujeto por la maceta que
decoraba humildemente nuestro pasillo y habíamos pasado por ahí borrachísimos
mil veces y jamás se había caído. Me estaba mosqueando ya con las cosas raras,
más aún cuando, al salir de nuestra habita que sólo olía a sexo, me encontré con la peste a meao que
volvía a haber por el resto de la casa. Fui a la habita de Maruxa a avisarle de
lo que había pasado mientras Yoni acompañaba a Xose al hospital.
- Acha esto no es normal. Qué pasa? No me quiero emparanoyar
pero entre la peste a meao, el hecho de que se rompa el pomo de la puerta y la
cadena al mismo tiempo, que el espejo se caiga encima del colega… Parece que
hay algo que quiere atormentarnos; algo que quiere jodernos la vida y darnos miedo,
pero sin hacerlo directamente, sino poco a poco para que no nos demos cuenta y
creamos que son simples coincidencias o un producto de nuestra imaginación.
- Eu que sei, tia, faite un porro.
A los tres días, mientras tenía la polla de Yoni en la boca,
gimiendo de placer mientras él hacía círculos en mi clítoris con sus dedos,
empezamos a escuchar una especie de grito sordo, una especia de llanto que no
era un perro, ni un bebé, que no sabíamos de dónde provenía. Parecía escucharse
con igual intensidad por toda la casa, pero no era permanente; se escuchaba
unas cuantas horas, y luego paraba. Maruxa decía que era un cachorro, pero yo
no pensé que un perro pudiese hacer semejante ruido, como si lo estuvieran
desgarrando. Un bebé tampoco podía ser.
- Acho es un deficiente mental – dijo Yoni-.
- Jajajaja, ¿Cómo va a ser un deficiente mental?
- Que sí joder, el sonido proviene del piso de arriba. ¿No
ves que se tiraron dos semanas sin parar de dar golpes y martillazos, nos
tenían hasta los cojones? Estaban construyendo la jaula en la que tienen
encerrado al deficiente mental, que tiene la mano permanentemente metida en la
boca y por eso el sonido que hace es un grito sordo.
Me partí el culo ante la mirada atónita de Maruxa, que no
sabía si reírse o llorar, ponía una cara de susto que flipas. Nos partíamos el
culo porque yo no sé qué pijo pasa en nuestro edificio, pero está lleno de
chalaos, cada dos por tres subiendo o bajando las escaleras te encuentras con
deficientes mentales. Dan ganas de pegarles una patá en la boca.
- Pero el sonido no proviene de arriba. Se extiende
uniformemente por toda la casa. Es lo que me tiene mosqueada. Además la peste a
meao es insportable ya… -Dije yo-.
- Acha no te emparanoyes, no tiene nada que ver con nosotros
– dijo Yoni descojonándose-.
Una mierda que no tenía nada que ver. El puto grito sordo
infernal lo hacía la propietaria del traje de vieja que olía a meao, metida
dentro del cuerpo de Maruxa, que acaba de matarnos clavándonos en el corazón el
cuchillo de cocina. La muy hija de puta empezó a atormentarnos a todos,
puteándonos mientras nos rompía cosas de la casa, y utilizando el cuerpo de
Maruxa para hacer el maldito ruido, recuerdo que después le borraba de la
cabeza cambiándoselo por el recuerdo de escuchar también el ruido como algo
externo. Está temblando de placer,
mientras con su dedo moja la sangre de nuestro corazón y hace un bonito mural
en la pared. Ha escrito: “A venganza das monxas”.
Tanto hacerles canciones, reírnos de ellas, enseñarles las
tetas y la polla, gritarles “Goooordaaa!!” por la ventana, se ha vuelto contra
nosotros.
El traje de vieja que huele a meao llegó a nuestra casa hace
unos meses metido dentro de una mochila que llevaba en la espalda un chico que
se trajo Maruxa una noche para
follárselo, hecho del que no nos acordábamos, como de costumbre. El chico
llevaba el traje en la mochila porque su madre acababa de morir y, tras
enterrarla, prometió que estaría siempre a su lado, por lo que cogió el traje
para tenerla siempre con él. Hacía muchos años que su madre residía en el
convento de enfrente de casa; se metió a monja tras perder a su marido, ya que
no veía otra solución para su triste y amargada vida. Al morir, vio que sus
deseos de venganza, tras tanta humillación y degeneración por parte de los
jóvenes drogadictos que tenía que ver
todos los días desde su ventana, podían ser cumplidos, cuando su alma llegó a
nuestra casa en la mochila de su hijo.